The last Trip
(O porque no tenemos nada lo queremos hacer todo)
Una película en forma de registro que es un ensayo sobre la mirada. Realizada en Paris por un grupo de amigos, de los cuales el director, el productor y el personaje principal son chilenos.
El protagonista es Juan Castillo, artista chileno nacido en el desierto de Atacama, más precisamente en una salitrera: Pedro de Valdivia. Emigró a Suecia hace muchos años y va a Paris a visitar a su amigo Johnny y de paso implementar su proyecto: “Frankenstein”: una instalación que consiste en proyectar la imagen del rostro del hombre multi-racial en las aguas del mítico río Sena, de manera a reflexionar sobre su identidad. Algunas frases dichas por el personaje en medio del paisaje urbano de Paris en el frío mes de febrero en pleno invierno de 1996:” me siguen impresionando las mismas cosas, las cuevas de Altamira, el arte rupestre, ahí la atención está puesta sobre la mirada…”.
La cámara acompaña al personaje en los exteriores donde se le ve caminando por las calles de Paris en una suerte de búsqueda por capturar ese espacio y apropiárselo, tal como en el gesto del hombre paleolítico frente al animal que caza en la pared dibujada de su cueva. Es la ciudad-luz mirada desde la perspectiva de un grupo de hombres y mujeres que viven en la marginalidad por razones culturales, raciales, políticas y de género o trans-género.
Es una película filmada en un estilo que rememora el road-movie y a los escritores americanos de los años 50, Kerouac y Salinger, con una estética del desarraigo y de la terrible incomodidad existencial que sugiere el deber adaptarse a una determinada sociedad. Desde allí la película exuda aires de libertad, en frases expresadas por los personajes tales como: “ser revolucionario significa resistir a los modelos que se están imponiendo, sabiendo que el hombre es perecedero y sabiendo además que a lo mejor va a perder en el intento”. Idealismo mezclado de escepticismo en donde el protagonista, el artista multimedial encarnado por Juan Castillo, viene a ser una metáfora de la creación humana. Y la creación artística visualizada como la metáfora de todas las resistencias ideológicas posibles.
La acción sucede principalmente en un lugar impreciso: un galpón semi-abandonado en un suburbio de Paris donde vive un refugiado político argentino y donde convergen personajes tales como una bailarina, una saxofonista, el artista Juan Castillo y otros. En este espacio del galpón se propone el protagonista crear un espacio multi-medial donde se desarrollen eventos multiculturales y performances de artistas latinoamericanos. El protagonista se propone hacer una instalación en este punto del mundo y simultáneamente proyectar sobre una autopista y sobre el río Sena, la imagen del hombre multi-racial (rostro construido con fragmentos de individuos de todas las razas).
La película está dividida en capítulos en los cuales aparece recurrentemente el protagonista y artista Juan Castillo, ya sea caminando por Paris o en un bar, como alguien en tránsito por sus calles, ya sea concentrado en algún quehacer burdo como martillar unos palos para arreglar una silla, o llenar de pintura un gran tiesto plástico, o llenar de agua hirviendo una tina o en el mismo registro, buscando financiamiento ante autoridades francesas para su proyecto Frankenstein. Este accionar del protagonista mientras lo rodean personajes quietos, silenciosos que toman mate o fuman un cigarrillo en conversaciones apenas filtradas por el micrófono, y dialogan apenas conectados con las acciones del protagonista.
Una gran metáfora de Paris, ciudad donde pululan personajes marginales, donde en boca de latinoamericanos con distintos acentos se revisan conceptos tales como la ciudad luz, la torre Eiffel que sólo se ve -para los latinos recién llegados-, desde la ventana del baño de una antigua pieza de servicio, en el último piso de un aristocrático edificio de Paris.
Finalmente la escena en el puente, cuando el artista consigue proyectar la imagen del hombre multi-racial. Escena que es una alegoría del viaje, del trayecto, del itinerario de vida, de la creación y de los sueños del hombre. La escena muestra a Juan instalando la proyectora sobre el puente “Pont des Arts”. Mide la cantidad de metros de distancia desde el puente hasta las aguas del río Sena: 8 metros para considerar el lugar donde instalar la proyectora. Acompaña la imagen un solo de chelo. La voz en off de Juan que dice: “el solo hecho de estar aquí justificó todo…, proyectar sueños sobre este puto río y los burócratas que revienten …”, y sigue el solo de chelo. Esta es la única escena donde el ruido y la imagen del agua como un ente vivo y cercano que acompañan al hombre, lo acunan y parecen anclar definitivamente a los personajes en un espacio y un tiempo, que a la vez permiten sustraerlos brevemente del estado emocional natural de tránsito existencial. La cámara filma a Juan junto a un asistente instalando sus equipos a distintas horas del día sobre el puente. Lo que ancla no es algo fijo e inamovible como ese puente peatonal construido el año 1802 frente al museo del Louvre, sino la capacidad de mirar con ojos nuevos las aguas del Sena en donde ahora se proyecta el rostro del hombre multirracial. Esa mirada instaura una inédita libertad y es la escena que sella por segundos, la compulsiva exploración creativa del protagonista Juan Castillo. Se ha transmutado el Océano Pacífico por unas mansas aguas del Sena en donde el artista no busca pescar peces sino capturar artesanales imágenes instaladas, que hablen de libertad y de identidad.
Claudia Casanova*
Santiago, invierno 2007
*Claudia Casanova, Critica y profesora de Historia del Arte y Estética del cine (U de la R ) Bachiller en Estética U.C. de Chile, Magister en Estudios Teatrales y Cinematográficos Universidad de Paris VIII